CONCEPTO
I
La responsabilidad final y la autoridad fundamental de los servicios
mundiales de A.A. debe siempre residir en la conciencia colectiva de toda nuestra Comunidad.
Los grupos de A.A. tienen actualmente la responsabilidad final y la
total autoridad en nuestros servicios mundiales, o sea, aquellos elementos especiales de la actividad de servicio general que posibilitan el funcionamiento de nuestra Sociedad como un todo. Los
grupos se hicieron cargo de esta responsabilidad en la Convención Internacional de St. Louis, en 1955. Allí en nombre del Dr. Bob, los custodios y los antiguos líderes de A.A., hice la transferencia
de la responsabilidad de servicio mundial a toda nuestra Comunidad.
¿Por qué y con qué autoridad se hizo esto? No sólo hubo razones de
apremiante necesidad, sino motivos relacionados con la estructura y tradición fundamentales de A.A.
Hacia el año de 1948, nuestras necesidades se habían vuelto muy claras.
Diez años antes, en 1938, el Dr. Bob y yo, con la ayuda de nuestros buenos amigos, habíamos comenzado a trabajar con la idea de la estructura de servicio mundial. Nuestro primer paso fue la creación
de una administración para A.A. como un todo. Aquella persona jurídica se llamó “The Alcoholic Fundation”; en 1954 esta entidad cambió su nombre por el de “The General Service Board of Alcoholic
Anonymous” (Junta de Servicios Generales de Alcohólicos Anónimos).
Esta entidad administradora se concibió para iniciar y mantener todos
aquellos servicios específicos para los A.A. como un todo, que no podrían ser manejados eficientemente por grupos o áreas individualmente. Se previó la redacción de literatura uniforme para A.A., el
desarrollo de una sólida política de relaciones con el público y un medio para atender y manejar el gran número de peticiones de ayuda que podrían sobrevenir al desenvolverse la publicidad nacional e
internacional. Pensamos en términos de ayudar a la formación de nuevos grupos, y suministrarles asesoría basada en la experiencia ya obtenida en grupos más antiguos y de gran éxito. Pensamos que
podríamos necesitar una revista mensual, y traducciones de nuestra literatura a otros idiomas.
Para el año de 1950, casi todos aquellos sueños de servicio mundial
iniciales eran ya una realidad. En los doce años después de la creación de la Fundación, el número de miembros de A.A. había crecido de 50 a 100,000. Las Tradiciones de A.A. habían sido escritas y
aceptadas. Una segura unidad reemplazaba el miedo, la duda y los conflictos y desacuerdos. Nuestro servicio mundial había desempeñado, indiscutiblemente, un papel muy importante y efectivo en ese
desenvolvimiento.
El servicio mundial, por lo tanto, había cobrado una significación
crucial para el futuro de A.A. Si estas vitales entidades fracasaran o se estancaran, nuestra unidad interior y la transmisión de nuestro mensaje a los incontables alcohólicos del exterior sufrirían
serios y quizás irreparables daños. Bajo todas las circunstancias y a cualquier precio tendríamos que sostener aquellos servicios y la transfusión de sangre vital que se estaba impulsando por las
arterias mundiales de nuestra comunidad. Entre los grupos de A.A., ya se había comprobado que se podía sobrevivir a las fuertes presiones y esfuerzos. ¿Pero podríamos nosotros tolerar una falla en el
corazón de nuestro servicio mundial?
Entonces nos preguntamos: ¿Qué precauciones adicionales debemos tomar
para salvaguardarnos definitivamente contra el deterioro o el colapso? Sin embargo, el período de 1945 a 1950 fue de un éxito tan exuberante que muchos A.A. pensaron que nuestro futuro estaba
totalmente garantizado. Creían que nada podía sucederle a nuestra Sociedad, porque Dios estaba con ella para protegerla. Esta actitud contrastaba extrañamente con la severa vigilancia que nuestros
miembros y grupos ejercían entre ellos mismos. Ellos habían evitado prudentemente que la Providencia tuviera responsabilidad total por su propia eficacia, felicidad y sobriedad.
Cuando en la Oficina Central de Servicio de A.A. empezamos a aplicar
este principio ya aprobado de “pare, mire y oiga” a todos los asuntos de A.A., se pensó que nosotros no éramos más que unos pesimistas carentes de fe. Muchos nos decían: “¿Para qué
cambiar?
¡Las cosas van bien así!” “¿Para qué llamar a los delegados de todas
partes del país? Esto quiere decir gastos y cuestiones políticas y a nosotros no nos conviene ninguno de los dos.” Y el golpe
contundente era siempre el mismo: “No compliquemos esto. Mantengámoslo
sencillo.”
Tales reacciones eran muy naturales. El miembro común y corriente,
preocupado con su vida de grupo y con llevar a cabo su propio Paso Doce no sabía casi nada del servicio mundial de A.A. Ni uno, entre los miles de nuestros miembros, podía decir quiénes eran nuestros
custodios. Ni uno, entre cien, podía decir lo que se había hecho por el bienestar general de A.A. Decenas de miles debían su oportunidad de lograr la sobriedad a la callada actividad de nuestros
custodios y servicio general. Pero muy pocos se daban cuenta de esta verdad.
Entre los mismos custodios se desarrolló una profunda división de
opiniones. Durante mucho tiempo, la mayor parte de ellos se opusieron fuertemente a reunir una conferencia representativa de delegados de A.A., ante la cual deberían rendir cuentas. Creían que los
riesgos eran inmensos y que la política, la confusión, los gastos y las inútiles peleas serían el resultado. Era cierto que las calamidades resultantes de iniciativas mucho menores, tales como
servicios locales de A.A. y clubes, habían sido en varias ocasiones, mayores. De aquí resultó ampliamente difundida la convicción de que se presentaría el desastre si se intentara reunir una
conferencia representativa de todos los A.A. Estos argumentos no eran infundados; al contrario, resultaban muy difíciles de refutar.
Sin embargo, en 1948 ocurrió un suceso que produjo gran impresión entre
nosotros.
Se supo que el Dr. Bob padecía de una enfermedad grave. Esta infausta
noticia nos hizo dar cuenta del hecho de que el Dr. Bob y yo éramos casi el único vínculo entre nuestros prácticamente desconocidos custodios y la Comunidad que servían. Los custodios siempre habían
confiado fuertemente en los consejos del Dr. Bob y míos. Ellos ya tenían un control absoluto sobre los gastos, pero necesariamente pedían nuestras opiniones cada vez que se
presentaban problemas de política general. En esa época, los grupos
tampoco tenían demasiada confianza en los Custodios para la dirección de los asuntos de servicio; todavía recurrían al Dr Bob o a mí. De suerte que teníamos una sociedad cuyo funcionamiento dependía
casi totalmente del buen crédito y confianza de que en aquellos tiempos gozábamos sus fundadores.
Había que encarar el hecho de que los fundadores de A.A. eran mortales.
Cuando el Dr. Bob y yo muriéramos, ¿quién iba a aconsejar a los custodios?, ¿quién iba a unir nuestra Junta de Custodios, tan escasamente conocida, y los miles de grupos que teníamos? Por primera vez
pudimos ver que únicamente una conferencia representativa podía ocupar el lugar del Dr. Bob y mío. Era necesario llenar este vacío sin demora. No podía tolerarse un cabo suelto de tan peligrosa
magnitud. Sin importarnos los gastos o las dificultades, teníamos que proceder a reunir una Conferencia de Servicios Generales de A.A. y entregarle el cuidado de todos nuestros servicios mundiales.
No se requería mucha imaginación para observar que si no procedíamos con entereza y prontitud podríamos encontrarnos con el castigo de un colapso total.
Empujados en esta forma por nuestra propia convicción, tomamos las
acciones necesarias. Ahora que la Conferencia entra a su segunda década, podemos ver que nuestros miedos iniciales acerca de las dificultades que podría entrañar la Conferencia eran infundados en
gran parte. Los resultados obtenidos por la Conferencia superaron nuestras esperanzas. Se ha comprobado totalmente que los grupos de A.A. pueden y podrán tener a su cargo la responsabilidad final del
servicio mundial de A.A.
Hubo otras razones para este traslado básico de la responsabilidad y
autoridad final de los A.A. como un todo. Tales razones están centradas en la Tradición Dos, la cual dice:
“Para el objetivo de nuestro grupo sólo existe una autoridad
fundamental, un Dios amoroso tal como se exprese en la conciencia de nuestro grupo. Nuestros líderes no son nada más que servidores de confianza. No gobiernan”.
La Tradición Dos, como todas las demás Tradiciones de A.A., es la voz
de la experiencia basada en los ensayos de miles de grupos desde nuestros primeros tiempos. Los principios fundamentales de la Tradición Dos son de una claridad cristalina: los grupos de A.A. son la
suprema autoridad, y sus líderes deben estar investidos únicamente de responsabilidades delegadas.
La Tradición Dos había sido escrita en 1945, y nuestros Custodios
habían aprobado su publicación en ese entonces. Pero sólo en 1951 se reunió la Primera Conferencia de Servicios Generales, todavía en forma experimental, para determinar si la Tradición Dos podía
aplicarse satisfactoriamente a A.A. como un todo, incluyendo a los Custodios y a los fundadores. Debía ponerse en claro si los grupos de A.A. en virtud de esta Conferencia tendrían la capacidad y
voluntad para asumir la responsabilidad final de la operación del servicio mundial. Nos demoramos cinco años más para que todos pudiéramos comprender que la Tradición Dos era para todos. Pero en St.
Louis, en 1955, supimos definitivamente que la Conferencia de Servicios Generales (representante fiel de la conciencia global de A.A.) iba a servir y a trabajar permanentemente.
Tal vez muchos de nosotros estamos todavía confusos acerca de la
“conciencia de grupo” de Alcohólicos Anónimos, de lo que verdaderamente es.
A través del mundo entero, hoy estamos presenciando la desintegración
de la “conciencia de grupo.” Las naciones democráticas siempre han albergado la esperanza de que sus ciudadanos sean lo suficientemente ilustrados, lo suficientemente morales y lo suficientemente
responsables como para manejar sus propios asuntos por medio de representantes elegidos. Pero en muchos países de gobierno autónomo, vemos el advenimiento de la ignorancia, la indolencia y la intriga
por el poder de los cuerpos colegiados de los sistemas democráticos. Se están desvaneciendo las fuentes espirituales de rectos propósitos e inteligencia colectiva. Consecuentemente, muchos países se
han visto tan desvalidos ante estos problemas tan desesperados, que la única respuesta ha sido la dictadura.
Felizmente para nosotros, no parece haber mucho peligro de que tal
calamidad nos suceda a los A.A. La vida de cada individuo está basada en los Doce Pasos, así como la de los grupos se basa en las Doce Tradiciones. Sabemos positivamente que el castigo por
desobedecer estos principios es la muerte para el individuo y la disolución para el grupo.
Una fuerza aún mayor para la unidad de A.A. es el amor que tenemos por
nuestros hermanos y por los principios sobre los cuales hemos basado nuestra manera de vivir.
Por ello creemos ver en nuestra Comunidad una sociedad espiritualizada,
caracterizada por suficiente esclarecimiento, suficiente responsabilidad y suficiente amor para con el hombre y para con Dios, como para asegurar que nuestra democracia de servicio mundial pueda
trabajar bajo todas las circunstancias. Tenemos plena confianza en nuestra dependencia de la Tradición Dos, de la conciencia de grupo y de nuestros servidores de confianza.
A esto se debe que nosotros, los primeros miembros de A.A., hayamos
investido a la Conferencia de Servicios Generales, con el sentimiento de mayor seguridad, la autoridad para dar forma — por medio del trabajo de sus delegados, Custodios y trabajadores de servicio —
al destino que Dios, según esperamos, en su infinita sabiduría nos tenga reservado para todos nosotros.